ELISKA

"Ya sé que a veces cuento en mis libros historias que parecen fábulas.


Fábulas que -pensará alguien- me invento yo para sacar tal o cual moraleja. Pero la verdad es que no necesito inventar nada.


Le basta a uno abrir los periódicos para encontrarse a diario historias escalofriantes.


Como la de Jacques Volney, que hace días conmovió a los franceses.


Jacques era alguien a casi todo había ido bien en la vida, como suele decirse: Hijo de familia adinerada, poseía una buena cultura y no tenía problemas en su futuro.


Y, sin embargo, a Jacques no le gustaba vivir.


Desde que empezó a tener uso de razón, la vida le resultaba una carga terrible.


Vivia encerrado en su casa, tenia miedo a salir de ella, miedo de los demás, miedo -sobre todo- de sus miradas .


No, no es que la gente fuera mala con él.


Sólo era que le miraban.


Y se reían.


Porque -ya lo he dicho- a Jacques "casi" todo le había ido bien.


Sólo tenía un problema: Era jorobado.


La suya era una joroba graciosa que incitaba màs a la broma que al desprecio.


Y cuando Jacques caminaba por la calle no podía dejar de percibir las miradas de la gente, unas miradas írónicas que a él se le clavaban como puñales.


Los niños le gritaban:"¡Cheposo, cheposito!". Los mayores, entre cariñosos y crueles, le decían:"Déjanos tocarte, nos darás suerte".


Y entonces Jacques se escabullía o se encerraba en su casa.


Para llorar.


Porque se daba cuenta de que en este mundo para poder vivir cómodamente entre los demás hay que ser como los demás.


Porque en el mundo no hay sitio para los que son distintos. Hace días Jacques se cansó de su soledad.


Compró en una farmacia un tubo de tranquilizantes. Quería dormir, dormir, dormir.


Y olvidar su joroba.


Pero antes de realizar su decisión, como Jacques no odiaba a quienes tan larga y lentamente le estaban asesinando con sus miradas, quiso que su desgracia no fuera del todo inútil. Se acercó a un hospital y donó sus ojos.


Para que, al menos al descender él a las tinieblas, pudiera darse luz a un ciego.


Para que de su desesperación naciera una esperanza.


Para devolver bien con sus ojos a un mundo que con sus ojos tanto le había acosado.


Y antes de tomarse el tubo entero de tranquilizantes telefoneó al hospital para que supieran que podían disponer ya de sus córneas.


Cuento la historia tal y como la he leído. Sin adornos. Sin moralejas.


¿Es que las necesita? Supongo que no.


Porque es muy fácil llamar "asesinos" a quienes empuñan un cuchillo o una pistola, sin darnos cuenta de que se puede matar con el cuchillo de unos ojos irónicos, a disparos de desprecio y desamor, a golpes de soledad, sin percibir que tal vez entre todos somos los carceleros que encerramos en la cárcel del abandono a quienes simplemente han "cometido el delito" de ser diferentes a los demás. Sin descubrir que, en los más de los casos, la amargura se convertirá en odio y les hará falta un gran suplemento de amor para, como el jorobado de Paris, ofrecer, a pesar de todo, bien por mal".


José Luis Martin Descalzo ("Razones para vivir")